Hoy quiero hacer esta entrada dedicada a todas aquellas personas que aún teniendo familiares y amigos, tratan bastante mal al resto de los humanos.
“Gran persona debió de ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza”.
Así es como empieza un libro de Mariano José de Larra que además de pertenecer a lo más florido del Romanticismo literario español, era un gran crítico satírico y sus artículos reflejaron perfectamente la España de su época; uno de ellos, de hecho, llega a nuestros días con su significado intacto: “Vuelva usted mañana”.
Se trata de un artículo que estudié durante mis años colegiales, un artículo que me causó un gran impacto y que me despertó una de las carcajadas más sonoras y sin tapujos que he podido hacer en la vida. Y todo era porque encerraba una gran verdad que, aunque empezando a salir de mi cascarón, ya veía que existía.
Cada vez que voy a una institución me viene esta sátira y veo que, aunque las tecnologías nos hacen los trabajos más llevaderos, el ser humano lleva el despotismo del poder en los genes. Porque en realidad es esto lo que ocurre. La supremacía del que tiene el poder en sus manos, frente a los pobres desvalidos, quienes estamos esperando ver una ligera sonrisa en la otra persona. Inútil, no se verá ninguna sonrisa.
Como no quiero alargarme mucho en este tema, que luego mi hija me regaña, voy a intentar a escribir lo más reciente y hacerlo lo más abreviado posible.
Mis padres son mayores, más de 86 años en sus espaldas y gracias a Dios tienen a sus hijas que les llevan a un médico y a otro. Como he comentado en varias ocasiones, mi padre además de mayor es ciego, por lo tanto, no puede leer los 5000 papeles que hay en todas las paredes. Y además, por la edad que tiene, es sordo igual que mi madre.
Están sanos, con achaques, pero con mi madre hemos ido de un médico a otro, desde hace años.
Un dato destacable para entender el contexto de lo sucedido: se están informatizando los historiales clínicos en toda la comunidad de Madrid, salvo en el hospital que a mí me toca, lugar donde se desarrolla esta historia. Como hemos pasado por tantos médicos, citas, pruebas, etc., es difícil retener en la memoria todo lo que en un momento dado se les ocurre preguntar. Pero empecemos por el principio, todo comienza en un día como ayer; bueno, exactamente ayer, a las 9 a.m.
Mi madre empieza a pedir perdón al taxista porque tarda en subir al coche. Yo le digo a mi madre “no te preocupes, seguro que también tiene madre y todos tenemos que llegar a tú edad, esperemos”. Hago que el ceño del taxista se relaje y dentro de mí pienso ¿por qué se enfadará? Cuanto más lenta vaya mi madre, el contador sigue su camino. Pero me imagino que es la impaciencia.
Llegamos al Hospital, queremos ir a la planta 5 Centro. Tengo que decir que este hospital es tan grande que para ir a las salas hay que seguir muchas veces líneas de colores en el suelo (ya lo he comentado en otras ocasiones creo), pero como no se está haciendo mantenimiento, las líneas van desapareciendo.
Como yo poco a poco, también voy cumpliendo años, hago una parada para ir al servicio. Busco uno que ya sé yo que están muy bien porque son menos conocidos. Mi gozo en un pozo, sucio era poco y además sin papel. Las mujeres entenderán lo que significa que no haya papel. ¿Recordáis que estamos a las 9 a.m.? No lo olvidéis.
Queremos subir a la quinta planta. El hospital tiene ascensores en todos los pasillos y pasillos cada 10 centímetros (que no me he equivocado, centímetros, porque hay muchos). Imposible, los ascensores primero no se sabe si suben o bajan; segundo, pasa el tiempo y no se abre ninguna puerta.
Buscamos otros, ¡será por ascensores! Nada, tampoco. No puedo subir por las escaleras con mi madre, si justamente vamos al médico porque le duele una pierna.
Paciencia, insistimos. Para un ascensor, lleno, como el metro en hora punta. Nos empujamos, entramos, pulsamos la planta, no se mueve el ascensor, una señora al final decide salirse porque le estaba dando de todo, se le deja salir, se cierran las puertas, por f… ¡Noooo! Se han borrado los botones del ascensor, nos bajan a los sótanos, volvemos a subir, bien, lo conseguimos, vamos parando piso por piso, bien, ya sólo queda uno… ¡¡¡Noooooo!!! Se borran otra vez los botones y nos vamos a la planta 11. Bueno, ya bajaremos, no pasa nada. Otra vez uno por uno. El de atrás quiere salir, “venga señora salga que me bajo en esta”, vale tranquilo que para que mi madre arranque a mover una pierna tiene que pasar un tiempo hasta que las bisagras funcionen. Planta 6ª, por Dios, no se ve si es la 6ª o cuál, no se ilumina. No sabemos si subimos o si bajamos, por fin, se ilumina la 5ª, cojo a mi madre de la mano y a tirar de ella, que hay que salir antes de que se cierren las puertas, porque hay una señora que se dedicaba a dar el botón de cerrar puertas y la grito, pare que me la como, que es nuestra planta.
Que alegría, estamos en la planta 5 centro. Ahora a buscar reumatología. Un pasillo, no, equivocación. Otro pasillo, parece que sí. Por los pasillos nos vamos encontrando a varias personas mirando lo mismo. Carteles de dejar los volantes en las ventanillas, ventanillas cerradas, aparece una persona, en el quicio de la puerta nos cuenta algo que pasa con las ventanillas pero que ella nos apunta, decimos nombre, y a la sala de espera a esperar, que es lo que hacemos, puesto que no se cumple las citas y eso que estábamos todos. Con retraso nos toca.
La doctora, sin mirarnos la cara, empieza a hacer preguntas; me ha pillado, no me he estudiado bien la lección, no me acuerdo de cuándo empezó a tomar uno de los 20 medicamentos que toma mi madre.La doctora me mira como pensando “pues vaya hija”. Me pregunta ¿Quién se lo mando? Pues no lo sé, pero si es para los huesos, digo yo que el médico de los huesos. ¡Yo no he sido!
Más preguntas, hasta que al final le digo a la doctora ¿pero no está todo en el ordenador? Pues claro, se pone a mirar su expediente y sale todos los médicos, pruebas, visitas, etc., tanto en atención primaria como hospitalaria. Descanso, se acabaron las preguntas. Ahora toca revisión, le habla a mi madre, sorda también, yo le traduzco. Empieza la exploración ¿duele? Sí claro, los gritos que están saliendo de la garganta de mi madre son eso, gritos y no risas. Y mi madre, viendo la cara de limón que estaba poniendo la doctora, vuelve a disculparse y yo ya enfadada le digo a mi madre “tranquila, ella también tiene madre”. Frase milagrosa, nos relajamos todos. Empieza a rellenar papeles, me dice, “lleve estos papeles a secretaría y le dirán dónde tiene que seguir yendo”. Dos pautas más y se acabó. ¿Dónde está secretaría? ¿No es dónde hemos empezado? No, en la otra punta del pasillo. Ahí vamos, mi madre arrastrando la pierna y yo.
¿Se puede pasar? Si, espere a que termine una cosa. No hay problema, termina con tu WhatsApp y luego ya vamos nosotros. En la secretaría me dicen “Esto para la planta 0 centro, esto para la -2 y ahora te doy cita para resultados el 1 de Junio”. Pues nada, nos vamos para seguir por las plantas del hospital. Mientras que espero al ascensor, apunto la fecha en mi móvil y ¡horror! Ese día tiene mi madre otro médico. Me cojo a mi madre y vuelta por los pasillos, pero como nos habíamos movido mucho porque estábamos buscando el ascensor que funciona, me pierdo, sí señores, me pierdo, pasillo para arriba, pasillo para abajo. Mi orientación ya no me funciona. Consigo localizarlas y les pido, muy humildemente que me cambien de fecha, lo hacen y haciendo reverencias salgo de la secretaría.
Nos vamos a la planta cero (no voy a insistir con los de los ascensores), para que nos den hora para unas pruebas. Cógete el número y espera. Muchas mesas y 2 personas nada más, uno se queja, una empleada le da la razón y la otra se enfada con su compañera por darle la razón. Los números no corren porque ellas están discutiendo. Entra una amiguita, sigue sin correr los números. Al final me toca, me da fecha.
Cógete a tu madre y vete a la -2. Como los ascensores nada de nada, le digo a mi madre, ¿te atreves y lo hacemos por la escalera? Pobre, no sólo se atreve, sino que lo sufre. Allá que nos vamos. Cogemos otro número y a esperar. 10 mesas, 4 personas. Miran su whatsaap, hablo con sus compañeros, las batas blancas les toca siempre una mesa, y se van a desayunar que les toca. Después de estar más de una hora y media sentadas en unas sillas de madera, me toca, bien, bien, ya nos vamos mami.
Me dan el resto de las citas y me dice, tiene que subir a la cero para darle el tubo de la prueba. Me paso de lista: “no, no hace falta, sé cómo funciona”. No, vaya, total ya está aquí que además le dirán cómo lo tiene que hacer.
Me cojo a mi madre, hay escaleras mecánicas. Las únicas que hay en todo el hospital. Allá que vamos, pero me despisto y mi madre pisa entre los dos escalones, la sujeto, nos balanceamos, pero consigo que no nos caigamos. Mamá, necesitas revisión con el oculista, otra más para la mochila.
Vamos a la cero otra vez, la dejo sentada y me voy a coger el tubito. Pero había solo una persona atendiendo y había perdido los análisis de los que estaban primero y de ahí no se movían hasta que solucionaran el problema. Media hora más tarde sale otra persona, diciendo que, aunque no era la encargada, que podía dar los tubos de muestra. El que estaba delante de mí, da los papeles, y dice, lo siento, estos no, yo sólo los de 24 horas. ¡¡Bingo!! Yo era esa, me da el bote y “las indicaciones” no las hay, nada de nada. Tiempo perdido.
Por cierto, vuelvo al servicio tres horas más tarde y seguía sucio, bueno más sucio y sin papel.
Yo misma estaba ya saturada, hospital para arriba, hospital para abajo, pasillo para la derecha, pasillo para la izquierda. Leer, leer y leer.
¿Alguien se puede poner en el pellejo de las personas mayores o incluso con dificultades de movilidad?
No quiero alargarme, pero creo que como muchas personas han pasado por lo que yo estoy contando, no hace falta dar menos explicaciones.
Y lo único que pido es más humanidad en el trabajo, y que menos pensar en los sillones, ministerios, acuerdos, pactos o lo que sea, y más dedicarnos a gastar el dinero de todos los contribuyentes en el beneficio del pueblo.
Del pueblo y no de los políticos y/o responsables que se aprovechan de su situación privilegiada para llenarse los bolsillos del dinero de todos los españoles.
¡Basta ya! Trabajen para mejorar nuestras vidas, no para amargarnos la existencia.