Historia de Halloween 2: Cristina y su bolso
Hace algún tiempo, en la oficina de San Sebastián de los Reyes, tuvimos una reunión con todo el personal. Se había hecho un curso de inteligencia emocional y se hizo una reunión para poner en práctica lo aprendido. Todos estábamos tranquilos y relajados, sólo estábamos pendientes del teléfono para atenderlo.
Nos pusimos a jugar con los ejercicios aprendidos durante el curso. Había risas en muchos momentos, en otros había tensión en el ambiente. En un momento dado, se puso el ejercicio más difícil. Había que definir a otra persona, cosas positivas y cosas negativas. Hay que averiguar como los demás nos ven no solo como nos vemos a nosotros mismos.
Al principio del ejercicio, todo el mundo reía, empecé yo a ser el blanco de las opiniones. En este apartado fueron rápidos todos. Es fácil criticar a la jefa. Muchos comentarios fueron muy interesantes para mí y también salieron cosas buenas, aunque fuera para relajar el ambiente. Lo malo llegó cuando empezaron entre ellos. Las miradas eran entre miedo, horror, temblor y sorpresa, no se lo esperaban.
Poco a poco, todos dieron su opinión sobre otra persona, al principio con timidez, luego cogiendo confianza con frases más completas. La tensión estaba en su máximo punto. Había recelos en esas miradas. ¡Vaya sorpresas que se estaban dando! De repente, estaba yo en el pasillo, yendo para arriba y para abajo, y cuando estoy de espalda a la calle, veo que pasan a mí alrededor dos figuras pequeñas, una por la derecha y otra por la izquierda.
Eran dos figuras muy pequeñas pero muy rápidas. Los bolsos, los móviles, el dinero, y nuestros cuerpos, estaban a merced de esas dos pequeñas figuras. Todo ocurrió tan rápidamente que no tuvimos tiempo de recoger nuestras pertenencias. Al principio, me di la vuelta buscando a los padres de las criaturas pensando que era algún cliente que había traído a su familia. No había nadie.
Pensando que eran expertas ladronas cogimos los bolsos. Pero los bolsos no les interesaban, sólo querían los móviles y los espíritus que dichos aparatos infernales podían absorber. Con la misma rapidez con que entraron, volvieron a salir y nosotros detrás, no sabíamos si habían cogido algo importante. Desde fuera nos dijeron: “no nos toquéis, va a venir toda mi familia y os van a pegar como nos toquéis”.
Parecía mentira cómo dos personas tan pequeñitas podían desprender tanto odio y maldad por esas miradas. Nos iban a maldecir de un momento a otro. Daban ganas de hacer la cruz con los dedos, tocarte la cabeza o besar la estampa de un santo si la hubiéramos tenido, pero no pudimos hacer nada, sólo intentar que no se notara cómo nos temblaban a todos las piernas. Nos avisaron que volverían con toda su familia, tuvimos el miedo metido durante días, esperando que apareciera todo el clan. ¡Qué monada de infancia!
¿Preparadas para robar o para meternos el miedo en el cuerpo?