Durante toda semana hemos preparado historias y vídeo para Halloween. Es una fiesta puramente típica de países anglosajones, pero que poco a poco se está instalando en nuestro país, aunque no hay que olvidar que para nuestros mayores en España se celebra el Día de Todos los Santos, o lo que es lo mismo, es la fecha para llevar flores a las tumbas de los familiares, limpiar lápidas o rezar un poco. Tengo que decir que yo no estoy de acuerdo con estas visitas. No me gusta ir a los cementerios, salvo para conocerlos por algún motivo cultural, y pienso que, una vez que te mueres se acaba todo, pero respeto a quien lo haga.
La primera vez que fui a un cementerio era para visitar la tumba de mi abuelo, yo era pequeña, era en la Almudena, un cementerio enorme y yo lo veía todavía más grande debido a mi escasa edad. Ente tumbas buscamos la de mi abuelo, al final llegamos y solo oíamos llantos a nuestro alrededor. Al lado había una mujer que hablaba a la nada, lloraba y gritaba y preguntaba a la tumba por que la había dejado sola. Lloraba a su hija, acababa de morir. Mi padre al ver la cara que estábamos poniendo, nos cogió de la mano y nos fuimos, ya no volvimos, sólo cuando murió mi abuela.
No me gustan los cementerios, siempre me han dado miedo y respeto.
Cuando era jovencita, unos amigos míos decidieron entrar en el cementerio de mi barrio para ver los fuegos fatuos. Mi barrio tiene un cementerio pequeño porque antes era un pueblo cercano a Madrid, pero en 1949 se anexionaron a Madrid, por eso tiene un cementerio. Pues yo tendría aproximadamente unos 15 años, no estoy segura, pero más o menos. Todos mis amigos iban a ir, y entre ellos un chico que me hacía gracia. No era el primer chico que me gustaba, pero si el que más se podía haber acercado a ser algo importante. Pues aunque soy de naturaleza miedosa, ni corta ni perezosa, me marché con ellos para ver los dichosos fuegos fatuos. Lo primero que hubo que hacer fue saltar la valla del cementerio, por la noche se cerraba las puertas y por lo tanto había que hacer de alpinista. Aunque quien me conozca seguro que no se imagina que yo haga eso, tengo que decir que lo hice con gusto, puesto que mi galán amigo me estaba ayudando todo el rato y eso hacía que no me diera cuenta del sitio donde estaba, hasta que llegamos a estar dentro, ahí fue más fuerte mi terror que las ganas que tenía para estar con el chico en cuestión, sobre todo cuando empezaron a sonar ruidos, supongo por el viento y las ramas de los árboles, y como la oscuridad era extrema, no había luna y las linternas solo alumbraban un pequeño recodo de las tumbas. Os puedo asegurar que, igual que para entrar me deje ayudar por mi pimpollo, para salir al día de hoy no puedo explicar cómo lo hice, pero salí a tal velocidad que creo que todavía hoy estoy corriendo.
Fijaros que si soy miedosa que en unas vacaciones en Villajoyosa fuimos al cine al aire libre. Echaban una película de Drácula, pero el Drácula antiguo. Menudo miedo pasé con la dichosa película y encima al aire libre. Corría el viento y parecía que estaba mi lado. Obligatoriamente aguanté hasta el final de la película, aunque os puedo asegurar que si hubiera podido, hubiera salido corriendo. Todo terminó y volvimos a la casa donde estábamos pasando las vacaciones. Me tocaba dormir con mi madre y yo no podía dormir, temblaba de miedo, pensaba que Drácula entraba en la habitación. Me giré para mirar a mi madre y empecé a ver cómo le crecían unos colmillos en la boca. Yo sudaba pero era incapaz de moverme. No era mi madre, era un vampiro. De repente vi como mi madre abría los ojos, yo miraba los colmillos, abría la boca, se acercaba a mí y yo temblando me oculté debajo de las sábanas, mientras oía una voz: “Mamen ¿qué te pasa? ¿No tienes sueño? Pues deja de moverte que no me dejas dormir”. Los colmillos desaparecieron, no vaya a ser que mi madre me arreara un bofetón y de golpe se me quitó todo el miedo.
En la foto que pongo para ilustrar el castillo de Drácula, tengo que decir que fue de mi viaje a Rumanía. Pero el castillo donde se rodaron todas las películas en realidad no era de Drácula, sólo pasó un día en él, pero el negocio ya está hecho. Nuestra guía, mientras nos llevaba a ver dicho Castillo, que estaba todo nevado, nos iba contando las historias de cómo celebran ellos éste día y lo que hacen cuando se muere una persona. Era un relato ideal para el trayecto. Algún día contaré este viaje que no tiene desperdicio.
También recuerdo otros momentos de miedo y era cuando tenía que ir a la iglesia para la catequesis. Como he dicho, mi barrio tiene cementerio y claro también una antigua iglesia. Cuando yo iba a dicha Iglesia para prepararme para mi primera comunión, era una Iglesia oscura, muy oscura y fría, muy fría. El cura nos hablaba del demonio todo el tiempo. Tengo que decir que el mismo cura era el profesor de religión del colegio, por lo tanto, nos conocía a la perfección. Y además es el mismo que luego me casó. Qué cosas tiene la vida ¿verdad?. Yo no sé por qué me tocaba sentarme siempre en la esquina al lado de un Cristo yacente, dentro de una urna de cristal. Muy realista, con cara de dolor y la sangre muy bien definida. No me dejaban cambiarme de sitio, siempre al lado del Cristo, que estaba entre tinieblas pero yo sabía que estaba ahí, mirándome o no, pero lo que estaba segura es que estaba muerto, sólo se movía en Semana Santa. Os juro que el catecismo me lo aprendía rápidamente para ver si conseguía salir antes de ese banco que parecía que me quemaba el culo. Mi imaginación era tan fuerte que veía como se movía el brazo, y giraba la cabeza. Dios mío, juro que no haré caso a Satanás y que seré buena para la eternidad. Yo creo que el motivo de que siempre que me siento en una mesa busco la silla mejor resguardada es por estos momentos que he vivido.
Pero no siempre puedo decir que me asustaba siendo pequeña, de mayor me ha pasado lo mismo. Tengo dos anécdotas ya siendo una gansa y madre.
Una fue en Italia, cerca de Milán hay un pueblo precioso, arriba de una montaña, aunque esto no es novedoso en Italia, era medieval y estábamos en Semana Santa, exactamente Viernes Santo. Estábamos en Milán visitando a mi sobrina que estaba haciendo el Erasmus ahí. Habíamos alquilado un coche, que por cierto, es de locura como conducen los italianos, pero los de Milán no tienen nombre, les da lo mismo los semáforos y las calles prohibidas. Estábamos cenando, un sitio tranquilo y precioso, de repente sonaron las campañas de la iglesia a muerto, había muerto Cristo. Llevaba años sin oír esos tañidos y los volví a oír allí, el salto que di en la silla fue enorme y la carne de gallina estaba por todo mi cuerpo, en el cogote sentí un soplo de aire y el vello se erizó. Que conste que ya estaba separada y estaba con mi hija, pero el miedo es el miedo a la edad que se tenga.
Otro momento de miedo fue una visita que hice con mi hija a Sevilla, en Semana Santa. De noche, con los Nazarenos con los capirotes puestos y sólo verles los ojos, yo me pegaba un susto detrás de otro, me tocaban para pedirme paso o un cigarrillo y yo me moría del susto.
Quizás me viene el miedo de la Semana Santa en Cuenca, que son unos pasos mucho más serios y tristes, nadie habla, sólo se oye la música y los pasos de los nazarenos. Con las luces de las velas nada más y el frío que siempre hace en Cuenca solo curado con el Resoli, bebida típica en semana santa.
Siguiendo con Sevilla, hicimos fotos de todos los pasos, incluido del Gran Poder, y cuál es mi sorpresa cuando pasamos las fotos al ordenador, que el Cristo unas veces miraba para un sitio y otras para otro. Dios que susto. No he vuelto a ver dichas fotos, las tengo guardadas en lo más profundo de mi memoria.
Bueno, que hoy se tenga un Feliz Halloween o un Día de Todos los Santos lo más tranquilo que se pueda y no os olvidéis de mirar siempre a vuestra espalda, nunca se sabe quién puede estar.
Carmen Ruiz Atienza