¿Y tú dónde estabas el 23-F?
Hay momentos vividos a lo largo de la historia de una persona que se quedan marcados en la mente a lo largo de los años. Y da lo mismo si son buenos recuerdos como si son desagradables, pero se quedan en tus neuronas y son recordados cuando se cumple la fecha, alguien hace una referencia a ello, o como es este caso, es recordado en todos los servicios informativos de todas las cadenas de televisión y radio.
Si es verdad que los recuerdos cuando van pasando los años los vamos haciendo más y más grandes, según nos interesa, y solemos exagerar contando nuestras batallitas.
En mi caso, cada vez que llega esa fecha, recuerdo perfectamente que estaba haciendo y lo que sentí durante esas largas horas.
Tenía 19 años, aunque mi ilusión era hacer una carrera, todo se vio truncado, cuando a mi padre con 54 años le despidieron en otra de las crisis de esta santa nación. En otra entrada explicaré como una familia pudimos sobrevivir en ésta etapa debido a que mi padre nunca más nadie le volvió a contratar por mayor.
En vez de empezar una carrera, me puse a trabajar, tal y como comenté en otra entrada del blog, y por lo tanto, no me voy a recrear en el principio. Estaba en mi primer trabajo conseguido y hacía poco que había sido mi cumpleaños. El trabajo estaba ubicado en la última planta de la Calle Ayala, ubicada en la milla de oro de Madrid. Recuerdo una sala pequeña con muchos ordenadores en fila y una terracita que nos daba la vida en cuanto salía un poco de sol. En esa sala estábamos todo el día dando a la tecla, una y otra vez. Había dos tipos de empleados, los grabadores que tecleaban todo tipo de textos, incluso declaraciones de hacienda para el ministerio y luego estaban los verificadores que significaban que volvían a teclear lo mismo que los anteriores pero buscando errores. Como a mí no se me daba nada mal teclear y tenía mucha velocidad, en poco tiempo me pasaron a verificar los envíos. Recuerdo también a una jefa que era la hermana del jefe superior y que estaba siempre en la fila de atrás vigilando, aunque la recuerdo agradable.
Mientras que trabajábamos estábamos oyendo la radio porque era un día importante, había dimitido Adolfo Suarez y teníamos que tener un nuevo presidente, el pobre Leopoldo Calvo Sotelo, y digo pobre, porque sólo yo le recuero por éste momento y poco más.
En la radio se oía como estaban los diputados uno por uno votando, hasta que en un momento dado se oyó como una ráfaga de algo parecido a unos disparos y el comentarista sin saber explicar lo que pasaba. Y de repente se oyó el famoso “Quieto todo el mundo” y todos nos miramos con cara de susto y nos dimos cuenta de que algo estaba pasando y que no era bueno, pero que nada bueno.
El comentarista empezó a susurrar lo que estaba viendo, hasta que alguien le comentó que dejara de emitir, pero él siguió hablando cuando pensaba que podía.
A mí temblaba todo el cuerpo. Estaba fría como el mármol. Se empezó a oír gritos en la calle, nos asomamos a la terraza y vimos como todos los balcones sacaban las banderas del aguilucho y se ponían a vociferar aquellos gritos que algunos años antes te hacían temblar. ¡Qué miedo! Hay que tener en cuenta que la milla de oro era donde estaban todos aquellos potentados afín al antiguo régimen.
Todos pensamos que se estaba produciendo un golpe de estado y sólo queríamos estar con nuestras familias en nuestras casas y ver cómo terminaba el problema.
Mis padres, nerviosos, por no decir histéricos, estaban intentando localizarnos a las dos hijas que estábamos trabajando, puesto que la mayor ya estaba casada y la tenían localizada.
No funcionaban los teléfonos, todo el mundo estaba llamando, al final conseguí comunicarme con mi padre y me dijo que no me moviera, que él pasaba a buscarme en el coche.
Así lo hice, me quedé esperando en el trabajo. Igual hicieron mis compañeros.
Mi jefa me empezó a gritar en un momento dado, porque yo llevaba un libro prohibido por la dictadura franquista y quería que lo quemara. Yo le dije que no estaba para tirar el dinero y que iba a pasar del edificio al coche de mi padre, y que entonces ya pasaría a ser un problema mío y no suyo. No estaba contenta con mi contestación pero así lo hicimos.
Asomada al balcón esperé a que mi padre llegara y me pude ir con él a mi casa, a mi barrio, que cómo era y es un barrio obrero, la gente estaba muy asustada.
Impresiona no poder ver la televisión porque no se emitía nada importante salvo lo que los golpistas quisieron.
Pasaban las horas y no se sabía nada. En mi barrio empezaron a hacer hogueras, se estaban quemando libros, papeles, todo aquello que durante unos años se hubiera avanzado en la democracia.
Sobre las 8 de la tarde, se empieza a recibir información de la televisión, pero no era lo suficiente para la tranquilidad de todos. Poco a poco fueron pasando las horas, tenía mucho frío, cogida de la mano de mi padre, oía en la calle los gritos de las personas y se podía comprobar el miedo que estaban pasando.
Muchas horas, noticias de tanques, militares, diputados retenidos,… y nada claro todavía.
Esa noche es recordada como la “noche de los transistores”, porque los transistores eran los únicos por los que podíamos escuchar las noticias y todos los españoles teníamos uno de estos aparatos pegados a la oreja.
Sobre la 1 de la madrugada del 24 aproximadamente, sale el mensaje de su majestad el Rey, pero a mí, en contra de todos, no me inspiró tranquilidad. Era muy tarde, la grabación estaba bastante mal hecha y no entendía por qué no había salido antes a tranquilizar a su pueblo.
Se durmió unas horas, lo suficiente para descansar los ojos. No me extraña que durante esa noche Luis Eduardo Aute escribiera un himno a esa noche “Al Alba”.
¿Quién era el “elefante blanco”? Ese personaje que Tejero estuvo todo el rato esperando y que no llegó nunca, presuntamente.
Cuando empieza ya el día 24 se empieza a ver imágenes de lo que había ocurrido y vemos como militares están saltando por la ventana del congreso. Ya están dejando en libertad a algunas diputadas. Parece que todo vuelve a su sitio, que todo se va a terminar, pero todavía estamos pegados a la televisión y a la radio.
Nos reunimos todos, lloramos de alegría o quizás de la relajación después de esas horas tan tensas e inciertas.
Afuera, en la calle, los gritos son diferentes, ya son de alegría y se grita libertad, libertad.
Todo apunta a que se está terminando, se ve a Tejero hablando en la calle y saludando a sus militares. Mientras las imágenes están en televisión. Vemos el momento y como Suarez y Mellado se enfrentan a los golpistas. Luego comprobamos que Carrillo y Fraga son otros que no se van al suelo cuando lo ordenaron. Más tarde nos dice que había separado a unos políticos en diferentes zonas. Increíble.
Y los españoles temblando y con miedo. ¿Cómo pueden unos cuantos pensar que lo que la mayoría había ya votado y deseaban, por disponer de unas armas, podrían llegar a esto?
Al día siguiente, se celebró una multitudinaria manifestación en madrid en defensa de la democracia y las libertades cuyo emblema fue “Por la libertad, democracia y constitución” y una periodista leyó un comunicado. No eran lágrimas lo que se echaba, eran los llamados lagrimones. Al mismo tiempo se oía la canción de Jarcha, “libertad, libertad sin ira” Esta canción se hizo famosa unos años antes, pero ahora cobraba nuevo protagonismo.
Estos días los recuerdo como algo importante en mi vida y quizás también una nueva ventana a la política o a mi forma de ver las cosas.
Pero sobre todo tengo el recuerdo de miedo, mucho miedo, no sólo en mí sino en los ojos de todos los que me rodearon.
Tengo que decir el año pasado hicieron una especie de documental sobre éste golpe de estado, que yo lo empecé a ver cuando llevaba un buen rato su emisión y me quedé perpleja, indignada, no podía creer lo que se estaba diciendo en esos momentos, parecía que todo había sido una película, una mala película, volví a temblar como ese día y las lágrimas volvieron a mis ojos y sólo podía pensar que no me lo podía creer lo que estaba oyendo. Al final empecé a ver cosas raras e increíbles y claras, me dije, esto es una broma, pero una broma que a mí no me hizo ninguna gracia. Ya sé que somos muy graciosos los españoles, pero hay cosas que mejor dejar pasar el tiempo. Entiendo que los que eran mucho más jóvenes que yo, sólo sea una anécdota en sus vidas, pero los que ya teníamos una edad, y vimos esas miradas de miedo durante tantas horas, no encontrábamos la gracia en ningún sitio. Y creo que es de lo poco, que pasado ya 34 años sigo sin encontrarle ninguna cosa graciosa.
En fin, espero solamente que no se repita, que nadie quiera quitar las libertades de todo un pueblo por la fuerza en España, porque por desgracia, lo vemos continuamente en otros países.
Pero no quiero que algo que no estamos de acuerdo todo un pueblo se nos imponga a la fuerza porque alguien quiera tener protagonismo o quiera ocultar sus propias miserias y utilicen el poder para doblegar a unos ciudadanos. Aquí os dejo el estribillo de la canción y os animo a que la escuchéis y podéis comprobar, con vuestros propios oídos, lo que se dice en ella, que además, también la podríamos llevar a la actualidad perfectamente.
¡Libertad, libertad sin ira libertad
guárdate tu miedo y tu ira
porque hay libertad, sin ira libertad
y si no la hay sin duda la habrá
Libertad, libertad sin ira libertad
guárdate tu miedo y tu ira
porque hay libertad, sin ira libertad
y si no la hay sin duda la habrá
Etiquetas:23-F, 23F, aniversario 23 febrero 1981, Carmen Ruiz Atienza, El Blog de Carmen, libertad