11-M
Se cumplen 10 años de uno de los episodios más tristes que han ocurrido en Madrid. Todo el mundo nos podemos preguntar: ¿dónde estábamos ese día?. Un día muy, que muy largo.
Yo estaba preparándome para ir al trabajo cuando recibí una llamada de una compañera de Barcelona, una tocaya mía de nombre, acababa de oír la noticia por la radio y rápidamente me llamó para saber si estaba sana y salva. Todavía no había visto las noticias y yo no sabía nada de lo que había ocurrido. Me lo explicó y según hablaba con ella me fui a la televisión para ver las noticias. Me tuve que sentar, ya no podía hablar con mi amiga, solo veía a los heridos, el susto, el terror de las personas. Me puse a llorar, me ahogaba la angustia. El teléfono seguía sonando, todos preguntando si estaba bien, si yo estaba bien, vivo y trabajo lejos de Atocha. Pero, de repente, la cabeza empieza a trabajar, ¿alguno de mis chicos tienen que venir desde allí? No, creo que no, pero hay que preguntar. ¿Alguno de mis amistades pueden haber cogido el coche? Pues puede ser, empezamos a llamar, las líneas están colapsadas y yo seguía mirando la televisión.
Recibo otra llamada, es de mi comercial Jesús. En una convención de ventas habían realizado una yincana y le habían dado un golpe en la nariz y se la habían roto, y justo el día anterior del atentado le habían operado. Cuando ocurrió les dijeron a todos los enfermos que todos aquellos que pudieran andar y no era grave les daban el alta rápidamente porque necesitaban las camas para los heridos. Me llamaba para avisarme de que se cogía un taxi y salía del hospital. Así estaban las cosas, todos los hospitales se estaban preparando para la avalancha que luego llegó. Dos meses después, Jesús falleció en un accidente de moto, ¡qué desagradable es la vida!.
Termino de prepararme, salgo para el trabajo, miro a mi alrededor y todo el mundo está con la cara sombría, tristes, empiezo a ver crespones negros por todas las partes, es triste pero a la vez emocionante. Compruebo como los madrileños una vez más son solidarios y cómo ante una tragedia, todos están para apoyar. Recuerdo que los Hospitales y la Cruz Roja que al principio pidieron sangre tuvieron que poner un anuncio de que de momento se parara de donar, puesto que no daban abasto con tanta sangre, la cola de los donantes daban la vuelta a las calles. Igual que hace poco en el accidente de tren en Galicia todo los habitantes del pueblo salieron ayudar, aquí toda una ciudad estuvo codo a codo con lo que hiciera falta. Los españoles somos así. Conseguí llegar a la oficina, todos tenían la mirada triste e intentando llamar a familiares, amigos, conocidos, todos estaban siendo buscados. Al final, parecía que no teníamos ningún caso cercano. Todas las delegaciones Nacex de España nos llamaban para preguntarnos, para darnos ánimos, para intentar ayudarnos en lo que pudieran. Pusimos un crespón negro en la ventana, a las 12 salimos a la calle para hacer un minuto de silencio, nos juntamos todos los vecinos en el mismo sitio, vimos a los coches parando para salir del mismo y también hacer el minuto de silencio, el vello del cuerpo se ponía de punta, ¡qué silencio! Y luego los aplausos. No hay palabras suficientes en mi vocabulario para definir lo que en esos momentos se sentía.
El crespón negro, tengo que decirlo, que lo he tenido hasta el año pasado en la ventana, hasta que la renovación de la nave se lo llevó por delante.
En todas las ventanas de casas y oficinas estaba el crespón negro, en todas las televisiones pusieron dicho crespón, yo pedí que también se pusiera una noticia en nuestra Intranet, pero sólo se llegó a poner por la tarde (16:45h) y porque una empleada de Logista fue víctima del atentado. En cambio, recuerdo que cuando el atentado de Londres se colgó rápidamente la noticia para informar del atentado y para decir que las entregas se harían más tarde si se podían hacer, cosa que en el atentado de Madrid ni siquiera se puso nada de eso. Es algo que lo tengo grabado en mi cabeza, porque hice muchas llamadas para que se pusieran el crespón y colgaran la noticia porque además en esas fechas era Directora Regional de la zona centro. La verdad es que tuve un comienzo poco feliz y poco exitoso sobre todo ese día.
La hora en que se hizo el atentado fue pensada para hacer el mayor daño posible, más gente herida y más gente muerta. Personas humildes que se dirigían a sus trabajos o a sus estudios. Personas que vivían a las afueras de Madrid, que tenían que madrugar mucho para cumplir con sus obligaciones, con hijos, padres, hermanos, maridos, novios, abuelos, con todo un futuro por vivir y con un presente que se iba a ver trucado por las dichosas ideologías y la falta de respeto hacia las vidas de los demás.
Fallecieron 191 personas y 1858 resultaron heridas.
- Yo no voy a entrar aquí en ideologías, ninguna religión tiene derecho a matar a nadie.
- Tampoco voy a hablar del descontrol que hubo al principio sobre la auditoría de los atentados, nadie tiene derecho a matar a nadie.
- Tampoco voy a hablar de que a los pocos días había elecciones y los políticos utilizaron este tema para conseguir más votos, nadie tiene derecho a matar a nadie.
Sólo quiero hacer un recuerdo a éstas personas que se habían levantado como cualquier otro día pero que por culpa de la sinrazón, no pudieron terminar el día porque estaban en el Ifema junto a un montón de cadáveres más intentando sus familiares reconocerles y rezando que no estuvieran en ese sitio y que la lista estuviera equivocada y que su familiar estuviera en un hospital sin identificar todavía pero vivo.
Y el recuerdo también a todas esas personas heridas que seguro que al día de hoy siguen soñando con esa fatídica fecha.
Y también al resto de los españoles que sufrimos viendo esas imágenes y esos relatos como si las vísceras nos las estuvieran comiendo lobos hambrientos.
¡Ojalá no vuelva a vivir una situación igual! Pero por desgracia pienso que no será posible, puesto que las personas humanas son demasiados retorcidas.
Al día siguiente, hubo varias manifestaciones silenciosas y también más minutos de silencio, hasta hoy al recordármelo se me ponen los pelos de punta.
Ya he contado cómo viví ese momento. Y tú, ¿dónde estabas?
Carmen Ruiz Atienza
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