¿Cuánto cuesta el tiempo de un cliente? ¿Y el del proveedor?
Aunque el titulo puede parecer un poco largo, en realidad es un pequeño resumen de mi propia experiencia, que ha sido bombardeada hace poco tiempo.
Hay que reconocer que no sé bien si es por nuestro carácter mediterráneo o por nuestros ancestros árabes, la realidad es que todos tenemos un cliente dentro de nuestro cuerpo. Cualquier persona en el momento menos esperado y cuando considera que tiene el estatus necesario para imponer sus exigencias, no duda en utilizarlo. Por ejemplo, en un restaurante, estamos sentados en una mesa y en ese momento nos convertimos en fieros clientes, empezamos a acosar al camarero porque tarda en servirnos, porque se me ha caído el tenedor y quiero otro, que está abarrotado el restaurante, pero nosotros queremos ser atendidos como si estuviéramos solos, etc.
O bien contratamos una persona para que nos ayude en las tareas de la casa y no se sabe por qué motivo, pensamos que igual que en el anterior caso, es inferior a nosotros y no se desaprovecha la oportunidad de demostrarlo.
Puedo poner más ejemplos, pero creo que todos entenderán a dónde quiero llegar.
Hace poco, en la visita de un cliente, nos encontramos con una continua demostración de que todo el personal de dicha empresa, se ponen en el sitio de cliente y se presupone que esa posición es sólo de exigencia. Exigencia con respecto a la forma de trabajar de ellos, exigencias con el coste del servicio, etc. Sobre el tema del coste ya estoy acostumbrada, pero sobre otras exigencias me parece que pasamos unas horas bastantes duras. Por ejemplo, una persona viene y nos dice que el sobre donde ellos mandan sus cosas no puede ir tapado el nombre de la empresa, que me lo monte como quiera, pero que es tremendamente importante que se tiene que leer, todo esto me lo dice al lado de un paquete con la etiqueta puesta de otro transportista con la pegatina en todo el medio del nombre del cliente. Las exigencias ¿sólo era para nosotros o para todos los transportistas?
Horas y horas de pie, porque si cogíamos cualquier silla, se lo quitábamos al personal que estaban a nuestro alrededor, por lo tanto, nosotros de pie. Recibiendo exigencias de uno y de otro lado que ya no sabíamos por dónde nos venían los golpes.
A todo esto, estábamos allí arreglando un problema que tenían que otro transportista y le estábamos poniendo nuestros programas informáticos con nuestro personal, cosa que el suyo estaba en diferido.
La cuestión es que estábamos intentado solucionar los problemas que estaban teniendo, porque podía explayarme, pero no sería bueno al final.
Había que tener mucho cuidado en no ofender, porque cualquier tipo de mejora que se le quisiera decir para que les fuera más cómodo todo, suponía una ofensa hacia ellos. Con pies de plomo había que ir aportando ideas, y cada vez aumentaban los interlocutores y sus exigencias. Y seguíamos de pie, intentando resolver en tiempo récord todo lo que nos estaban diciendo.
Hasta que de repente, una persona grita que “llevaba tiempo sin poder trabajar y que su tiempo era oro y lo estaba perdiendo”. En esos momentos te entran unas ganas tremendas de salir corriendo, tirar toda la negociación y decir basta. Pero mantienes la figura y piensas, “estoy aquí porque me lo han pedido y para ayudar y mi tiempo también es válido, igual que el de los clientes”.
Tienes una sensación de que por el mero hecho de ser los clientes tienen la obligación de rebajar al máximo a los proveedores, sobre todo, que como siempre digo, si tú eres exigente en tu trabajo puedes exigir a los demás, pero aquellas personas que no funcionan todo lo bien que pueden funcionar, me hace gracia que hacia los demás si sean exigentes.
Estamos para ayudar, apoyamos a nuestros clientes al máximo, porque si le van bien a ellos, nos va bien a nosotros. Todos somos trabajadores y deberíamos de ser menos clasicista.
Recuerdo un restaurante de marisco que había en mi zona, muy bueno. El maître era increíble, parecía un mayordomo antiguo, con una jerarquía impresionante (en todas partes vemos lo mismo). Un día fuimos a darnos un festín y a mi comercial se le ocurrió preguntar que si de postre tenían plátano flambeado. El maître le miró de arriba a abajo de manera que parecía que le estaba perdonando la vida, y dijo “en este restaurante no se sirve esas cosas”, bueno, en realidad fue algo diferente y más grosero, pero vamos a dejarlo ahí. Nos hizo sentirnos mal, aunque luego nos entró la risa. Vino la crisis, el restaurante ha desaparecido y la verdad que no sé dónde se encuentra el maître, a lo mejor, está trabajando de camarero en un chino, hartándose de servir plátano flambeado.
Otra cosa que recuerdo es un cliente que me llamó a la oficina, y que le comentaron que como era viernes ya me había marchado. Francamente a mí no me importa que me llamen los clientes ni nadie, porque tengo facilidad para conectar y desconectar, porque ya son muchos años, pero lo que me gusta es que se haga por un motivo necesario. Me llaman al móvil, me hace una pregunta que no era correcta y la contesto, y el resto de la llamada es oir como teclea en el ordenador y está indicando cosas de la que ya estaban zanjadas durante toda la semana. Y se acabó la conversación. Me quedé como tonta pensando y no voy a poner lo que pensé y pasado una semana sigo sin entender la llamada. Y yo me pregunté ¿mi tiempo no vale nada?, pues soy una persona que odia perder el tiempo y que lo rentabilizo al máximo posible, porque considero que el tiempo de todo el mundo es importante y lo respeto.
Todo el tiempo de todo el mundo es de oro, aunque sea para rascarse la espalda.
Y dicho esto, vuelvo a decir la frase que más me gusta “corrige a un necio y tendrás un enemigo, corrige un sabio y lo harás más sabio”.