El futuro que viene
Hace unos días, me gustó una frase que oí en la televisión. Increíble ¿verdad? Porque últimamente pongo la televisión para poder conciliar el sueño o como efectos de murmullos de personas en mi salón. Y lo más gracioso es que lo dijo un político. Esto ya ralla lo misterioso, ja, ja. Pero me llamó la atención y me la apunté. “El pasado es un faro que nos ilumina, pero no es un puerto dónde llegar”, no dijo quién lo había escrito o dicho, por lo que no puedo reproducirlo aquí, ni tampoco creo que sea de su cosecha, lo he buscado y parece una frase de motivación de algún curso dado, aunque pueda tener un cerebro, no lo atribuyo al político.
Pero me gustó y al mismo tiempo, a los pocos días, tuve que vivir una situación complicada y difícil de asumir, y pensé que en esos momentos me estaba pareciendo a mi abuela y que parecía que la sociedad repetía los esquemas, aunque nos parezca que no. En otro programa oí hablar a otro personaje, donde indicaba que la sociedad había avanzado tanto en 50 años que en los 2000 años anteriores y ¿estamos seguro de esto? ¿o estamos repitiendo patrones una y otra vez?
Voy a exponer por qué me sentí como mi abuela y cada uno que juzgue.
Como hago últimamente mucho, me encontraba con mi madre de 87 años en el médico, exactamente, esta vez le tocaba oculista. Cada vez que asisto al médico me entra una desazón inexplicable, y no por el resultado del médico, sino porque cada médico nos dice unas pautas que hacer antes, durante y después de la consulta, que son diferentes de otros. Y esto supone llegar a la consulta que previamente te han mandado por mensaje, con el día, hora y sala, y tener que leer todos los panfletos que viene en las paredes, o preguntar a los que están esperando en la puerta, por si hay que hacer algo diferente a sentarse a esperar. Y otra pregunta que haces y no menos importante ¿qué retraso lleva el medico? Esto supone hacerse a la idea que vamos a estar mucho tiempo o muchísimo.
En la puerta hay un papel, que todos los que vayan a esa consulta, primero tienen que pasar por la consulta anterior y esperar a que les llamen. Bien, aleluya, he leído a tiempo y lo tengo más o menos todo controlado, eso sí, los médicos van con retraso, mucho retraso.
Mando sentar a mi madre para que no esté de pie, mientras que yo en la puerta del médico, agarrando los papeles y repasando para que no se nos haya olvidado algo, espero a que la buena persona de la otra sala pronuncie el nombre de mi madre.
Por fin sale, empieza a nombrar según hora de cita, hay 4 delante de mí, pero ya tengo localizada a la que va justo delante. Sigo en la puerta porque veo cómo alguien quiere colarse, y no sólo quiere, sino que en voz baja llora a la enfermera y pasa, no hay nada como llorar en esta vida.
Pero yo no me siento, estoy de pie esperando a mi turno. En esto que llega una mujer con un chico de unos 15 años. Lo de los años me puedo equivocar porque hoy en día es difícil calcular las edades de los muchachos. Era guapo, muy guapo, un peinado de samurái con coletilla atrás y bien vestido. Se le veía con buenos morales, buena educación recibida. En esto que me pregunta la madre por qué hora van y le digo que, con retraso, pero que yo ya he sido nombrado, me pregunta por mi hora, se la digo y me comenta que ella la tiene antes y que lleva esperando en las sillas desde hace mucho tiempo. La verdad, es que no sé si es verdad o no, pero le informo que la enfermera ya ha salido y que se lo diga cuando vuelva a llamar, pero detrás de mí. A estas alturas mi madre se ha levantado y se ha puesto a mi lado, para moverse un poco, porque si está mucho tiempo sentada, luego no hay manera de que se ponga de pie, la pobre. Entonces ese muchacho tan agradable cambia y empieza a despotricar: “¡qué vergüenza! ¡Así va España!, etc., etc. Parecía un viejo diciendo estas cosas. Su madre le pide que se calle, que gracias a Dios vivimos en un país donde la sanidad es gratuita (esto es un decir) y universal. Y el muchacho sigue, lo que hace falta es una guerra y matar a unos cuantos. Ahí es cuando me salió el ramalazo de mi abuela, por Dios ¿cómo dices eso? Estás al lado de gente que ha pasado por una guerra, que han perdido padres, hermanos, familiares, amigos, maridos, mujeres violadas, etc., etc y que no era justo lo que estaba diciendo. La madre me dice que me calle, que da lo mismo, que es una pena pero que piensa así y que le da vergüenza. El muchacho guapo dice que, si “me matan, mato” y que hay necesidad de una guerra. Mi hija, cuando se lo conté, dice que a lo mejor ha visto la película de Inferno, y que por eso dice que hacía falta matar a unas personas para que otras vivan mejor.
Asombrada estuve durante bastante tiempo, porque todo se había liado porque él, el chico tan inteligente que parecía y su madre, había estado hablando y en otro lugar y ni había leído el cartel de la puerta ni se habían molestado en preguntar ni en estar pendiente.
Es decir, por culpa suya, estaba matando a todas las personas que estaban ahí y que se habían molestado a estar pendientes de lo que había que hacer.
Y pensé, me he comportado como mi abuela, cuando decía, vaya juventud, que será de nosotros, pero con estos cambios generacionales, donde parece que todo se arregla con una guerra, en el fondo, me da miedo y no sé lo que dentro de unos años guiarán el mundo, o serán médicos o abogados o corredor de dron, o lo que sea, pero me da miedo que haya juventud que desea una guerra porque yo no la deseo y no quiero que cuando sea mayor, vivir las atrocidades que vivieron nuestros abuelos y padres, entre otras cosas porque no creo que pueda ni salir corriendo por la artrosis que supongo que tendré.
Esta es mi historia de hoy ¿qué os parece? ¿se repiten los patrones?