El precio se olvida, la calidad permanece
Este proverbio francés, como siempre ocurre con la sabiduría popular, es de una gran exactitud y parece sacado de mi vida.
Siempre he dicho que tengo un defecto (ya sé, ya sé, tengo varios, pero vamos a hablar de este ahora). Y es que no recuerdo nunca el precio de algo. Cuando lo pago, sea caro o barato, lo olvido y a otra cosa. He pasado mucha vergüenza por este tema, sobre todo cuando alguien me ha preguntado el precio de algo que llevaba puesto, e incluso de los servicios de mi empresa. Lo peor es que olvido hasta lo que facturo al mes. Y os preguntareis el porqué, pues es muy fácil. Cuando es algo que yo tengo que comprar y pregunto el precio, si lo puedo pagar y me gusta, lo hago, si es demasiado caro y no lo puedo pagar, pues no me lo compro. Entonces en el momento que lo pago, lo olvido. Si es verdad que la crisis me ha hecho que rectifique lo que puedo pagar o lo que no puedo pagar, el cinturón se ha ido ajustando y los 100€ de antes no son los mismos 100€ de ahora. Pero no solo por la crisis, sino también porque parece hasta indecente ciertos gastos con la situación que ves todos los días en la televisión, ver esos niños pasando hambre, frío y guerras, hace que en cuanto veo el anuncio de 1€ por SMS me tire como una loca al móvil, aunque sea repetido. Aparte del apadrinamiento que ya tengo, estos pequeños detalles me satisfacen más que el vestido más caro de las pasarelas.
Con respecto a la facturación y otros números económicos, los olvido en el momento que los analizo en mis hojas Excel, que las tengo de todo tipo y variadas y que, casi diariamente, las utilizo. Las analizo, hago variaciones, tomo decisiones y a por otra cosa, que mi mente tiene que estar despejada y no angustiada.
Por tanto, como la frase dice y yo comparto, el precio se olvida, pero lo que de verdad importa es la calidad y ese es el espíritu de mi empresa, que además tengo la suerte que es apoyada por mis trabajadores, que como digo algunas veces, “somos más papistas que el propio papa”.
Esta entrada la hago así porque acabamos de pasar la auditoria interna y nuestra puntuación ha sido de un 95.55%. Genial y feliz. Nuestra lucha por la excelencia no sólo estamos a punto de rozarla, sino que además la mantenemos en el tiempo, que es otro punto a analizar.
Tengo que decir, que ésta puntuación es el resultado del trabajo de todo mi equipo. Algunos tiran más del carro, otros hay momentos que están más vigorosos y otros más debiluchos, pero es un gran equipo y el resultado es la calidad.
No hace mucho, un compañero mío me dijo que era imposible ser tan perfectos y yo le comenté que es debido a que tengo un equipo fijo y que llevan años conmigo. Este trabajo es muy difícil de aprender y cuesta mucho tiempo en desarrollarlo correctamente. Además, aunque intentamos saber todos de todo, hay personas que se especializan en algunos puntos especiales, como facturación, seguros, etc., etc. Y llegar a saber de todo, es bastante complicado y lo hace el tiempo. Por eso, tener un equipo de años, es también ganar en confianza y seguridad. Se pierde el miedo a equivocarse y a tomar decisiones de responsabilidad.
Aristóteles ya lo decía “Somos lo que hacemos día a día. De modo que la excelencia no es un acto sino un hábito” y es la realidad en nuestro trabajo. Es verdad que nos falta un porcentaje que cuando le toca a alguien se acuerda de toda nuestra familia, pero tiene que tener en cuenta que otras muchas veces no le hemos fallado y que no todos somos iguales.
Por tanto, sólo me queda decir lo mismo que John Ruskin:
“La calidad nunca es un accidente, siempre es el resultado de un esfuerzo de la inteligencia”.